La logística del vómito, por Marianela De Francesco

Ilustrado por Nando

21 Julio de 2011 

A la salida del colegio pasé por el kiosco de Gaby a comprar unos paquetes de gomitas. Mis favoritas son las que tienen forma de tiburón. Odio tener que compartirlas porque vienen pocas en el paquete. Cuando me sobra plata del almuerzo, aprovecho y me compro varios. Los escondo al fondo de mi mochila y después los guardo en el cajón de la ropa interior entre las medias. 

Cuando llegué a casa, mamá se estaba preparando un café. Le pedí que me haga uno. Dos de café, cuatro de azúcar. Agarré un paquete de galletitas surtidas y me separé todas las de chocolate Mientras merendábamos, mamá me preguntó qué quería cenar. Le pedí milanesas con puré. Ella odia hacerlas, pero siempre le quedan riquísimas. Después de insistirle un poco, aceptó. 

Al terminar la merienda, mamá levantó a mi hermana de la siesta y la llevó con ella a la carnicería. Aproveché y fui corriendo a la computadora para conectarme a Facebook un rato. Tenía veintisiete notificaciones. “Parecidos Devoto te etiquetó en una publicación”. Entré entusiasmada al posteo y ví una foto mía en una bikini color rosa de lunares. Al lado,la foto de un cerdito. Me largué a llorar. Leí una y otra vez los comentarios, hasta que las sentí atrás mío. Me dijeron que no les dé bola, que haga como que no me importa. Comenté en la publicación: “ja ja ja igual no me importa”, pero eso desencadenó una catarata de más burlas recordándome que estaba gorda como un chancho. 

Con la cara hinchada y dolor de cabeza de tanto llorar, fuí a bañarme. Me paré desnuda entre el bidet y el inodoro. Quería ver mi cuerpo entero en el espejo del baño para entender por qué me decían chancho. Tengo las tetas gordas, no tengo cintura, mis caderas son enormes y tienen estrías. Mis muslos se chocan entre sí. Al salir de la ducha elegí la ropa más ancha que encontré para bajar a cenar. No quiero que nadie me mire.

Las milanesas con puré son mi comida favorita pero cené una sola. Dije que no tenía hambre y mamá se enojó. “Seguro es porque a la tarde comiste un montón de galletitas”. Mi hermana la miró con cara de no le digas así que hoy la burlaron por gorda y está sensible. 

Antes de acostarme, revolví entre las medias para agarrar las gomitas de tiburón. Apagué la luz, me escondí bajo las sábanas y devoré los cuatro paquetes. 

12 Septiembre de 2012 

Hoy llegaron las fotos de mis quince. Dos álbumes pesados en los que por fin me iba a ver hermosa. Nos sentamos a ver las fotos que mamá había elegido. En la primera estoy sola, parada al lado de un auto antiguo con el vestido blanco, largo y lleno de tules. El corsé era precioso. Estaba bordado a mano con piedritas blancas, pero me marcaba los rollos de la panza. Me veo horrible. Le comenté a mi mamá que no me gustó el arreglo que le hizo el modista a mi vestido, que no estaba cómoda con la espalda al aire. “¿No te diste cuenta de que tuvo que hacer eso porque estabas gorda y no te entraba el vestido?” 

Tenía sentido, pero no, no me había dado cuenta. Subí llorando a mi habitación. Me saqué la ropa, miré el reflejo de mi cuerpo desnudo en el vidrio de la ventana. Estaba gorda. Tenía ganas de recortarme el exceso de grasa. Agarré una tijera y fingí que me cortaba los rollos. Sin darme cuenta me corté de verdad. Me salió sangre. Me fui a bañar. La panza me ardía, pero no me volvió a sangrar. 

10 Octubre 2013 

Decidí anotarme en el gimnasio con mi hermana, clases de spinning todos los lunes y miércoles. Siempre me dio vergüenza hacer actividad física. No me gusta que me

vean transpirada, con la cara roja, en calzas de algodón baratas y remera ancha, haciendo ejercicios que me hacen ver peor. 

La primera vez salí muy cansada. En casa mamá nos estaba esperando con una docena de facturas. Mi hermana le dijo que no quería, que justamente nos habíamos anotado en el gimnasio para bajar de peso. Mamá se quejó, así que decidí aceptarle una sola factura. 

El resto de la docena estuvo sin tocarse por días, hasta que mamá decidió tirarlo a la basura. Metí las manos en el tacho, saqué cuatro cañoncitos de dulce de leche. Uno me lo comí a las apuradas con las manos todavía en la basura, y el resto me los escondí en la manga del buzo del colegio. Subí a mi habitación para comer tranquila, en eso llegó mamá con unas empanadas para almorzar. Le grité: ¡ahí bajo! Ese día almorcé tres empanadas, y cuatro cañoncitos de dulce de leche. 

12 Noviembre de 2014 

Mis búsquedas en internet eran: cómo bajar de peso en diez días, cómo quemar mil calorías en treinta minutos, cómo bajar de peso en tres días, dieta de las famosas para estar flacas, cómo provocarse vómitos. 

En casa era muy difícil hacer dieta. Mamá siempre fue flaca y no creía en los productos light. Además, era fanática de hacer guisos con chorizo colorado y mucha panceta. Fritaba todo en manteca y aceite. Siempre repetía que ni a mí ni a mi hermana nos gustaban las verduras. Fue en esa época que aprendí a contar las calorías de los alimentos. Solo ingería dos galletas de arroz, un café y una manzana a diario. Esa dieta robada de algún blog de Ana y Mia me daba hambre, me ponía fastidiosa y hasta hacía que me desmaye en ocasiones. Por la noche devoraba los platos enteros de guiso sin

importar cuánta grasa visible tuvieran, ya que después de la cena, me metía los dedos en la garganta y trataba de vomitar todo el plato de comida. 

14 Diciembre 2015 

Odio las clases de gimnasia del colegio. Me resulta imposible correr doce vueltas al patio en menos de doce minutos. Me canso. No tengo ganas. No me gusta correr. Cada vez que corro siento cómo mi panza sube y baja. Se me ponen los cachetes rojos y encima me obligan a atarme el pelo. Tengo la cara redonda, me transpira el flequillo y se me pegan los pelos a la piel. La musculosa que me dejan usar para la clase es ajustada al cuerpo. Cada vez que me la pongo siento la mirada de mis compañeras en mis rollos y en mi cintura que es más ancha que sus caderas. Cinco minutos antes que Lautaro saliera de su clase le pedí a la profesora permiso para ir al baño. No quería que me viera en ese estado. Me encerré. Quise llorar pero no podía hacerlo, tampoco quería que mis compañeras me vieran con los ojos rojos y me preguntaran qué me pasó. Me quedé en el inodoro por un rato, mis piernas se ensancharon al sentarme. Agarré mis muslos con fuerza, me di cuenta que son blanditos como una bolsa llena de pus. Me doy asco. Pasado un tiempo después del sonido del timbre, regresé a clase. Pedí hacer “saf” diciendo que me dolía la panza, prefería que crean que estuve cagando en el baño a que me vieran correr. 

17 Enero 2019 

Hoy llegué a casa y ví una bolsa de consorcio en la entrada. Reconocí adentro una botella de seven up. Subí desesperada para ver quién había estado entre mis cosas. Entré a mi habitación y mamá estaba sentada en mi cama. Al lado tenía otra botella,

también de seven up, llena de vómito. Quise que el mundo se acabe. Intenté salir corriendo, pero mi hermana me frenó. Mamá me encerró en la habitación para hablar con ella. Intenté escaparme. 

Hace años que lo hago, alguna vez tenían que darse cuenta. Al principio vomitaba en el inodoro hasta que mi hermana empezó a sospechar porque tardaba mucho en salir del baño. A veces el vómito no se iba y tenía que tirar la cadena más de una vez, eso también levantaba sospechas. Después empecé a vomitar en la ducha, pero las cañerías se tapaban y no quería que encuentren pedazos de comida entre los pelos de la rejilla. Pensé en dejarlo, pero no pude. Un día sin darme cuenta estaba vomitando en una bolsa en mi habitación. La bolsa perdió líquido y tuve que limpiarlo con una remera que terminó en la basura. Fue ahí cuando me di cuenta que necesitaba cambiar de método. Empecé vomitando en la taza del desayuno. Vomitaba todas las noches ahí, me ponía el despertador quince minutos antes para ir al baño y tirar los restos en el inodoro junto al primer pis de la mañana. En esa misma taza me hacía el café y la volvía a llevar a mi habitación para la siguiente noche. Me levantaba y me dormía pensando en vomitar. 

Las tazas quedaron chicas y empecé a hacerlo en botellas de gaseosa. Las llenaba, las envolvía en bolsas, me las guardaba en la cartera y las tiraba en la estación de tren. Un día me vio el chico del puesto de diarios y tuve miedo, así que dejé de hacerlo. Llenaba y vaciaba las botellas en mi propia casa. Me las llevaba a la cama y vomitaba debajo de las sábanas. Cuando pasan muchos días las botellas se inflan, al abrirlas hacen un ruido parecido al de una gaseosa y sale mucho olor a vómito. Es tal el olor que cualquiera podría darse cuenta. Nadie podía entrar a mi cuarto en esas condiciones. Tenía botellas escondidas en las mangas de los abrigos. En los cajones de mi mesita de luz. En todas partes. Cada una de ellas me recordaba que alguna vez había tenido la fuerza de voluntad suficiente para meterme los tres dedos al fondo de la

garganta y llenarlas hasta sentir mi estómago vacío. Sin darme cuenta se había convertido en una rutina que me daba placer. 

Con los nudillos rojos y la garganta ardiendo por haber vomitado sangre, le grité a mamá que se vaya y que me deje en paz. Ella caminó hacia la puerta, se dio vuelta y me dijo: 

Estás enferma hijita. ¿por qué me haces esto?